Buenos Aires, cuán poblada estás de inmigrantes de mi tierra. Antes era algo novedoso ser de mis pagos, era yo un ser exótico. Ahora hay caribeños, y gente de la Inmunda (o sea, de Bogotá) por todos lados. ¿Dinamarca, Suecia? ¿A dónde irme? ¿Australia? ¿A alguna de las mecas de la actuación? ¿Londres, Los Ángeles, Nueva York? Mi prima, en Sidney, dice que ve colombianos en las calles también. No tantos como acá, supongo. El punto es que esto no es un país desarrollado. ¿A qué hemos venido, a hacer la América? ¿A dónde irse? ¿Y cómo? Sobre todo eso, cómo.
Ansiedad. Una ansiedad por no estar solo, por hacer cosas, por encontrarme con hombres, tener sexo, por escapar no sé bien de qué, por liberar endorfinas tal vez, ansiedad por encontrarme con cuerpos fornidos en una cama, abrazarme a ellos, fundir mi nariz en su pecho. ¿Qué ha pasado con la tranquilidad de la que tanto me ufané? “Perdiste el año”, me dice mamá por teléfono. Porque ve que ahora salgo, que retomé la vida de la noche. Pero voy a parar. Sí. Ya se lo dije.
Y si veo a un hombre que me gusta, como ese día en el cumpleaños de un amigo, uno de los invitados, un rubio, bello rubio, gracioso, buena gente, pero heterosexual, tan heterosexual, y yo me frustro, porque deseo más, deseo hacerlo mío y que me quiera, como si rogara su cariño, el cariño de su cuerpo, de su pecho. Y después, el vacío. Porque si no es amor lo que recibo, si es sólo sexo, entonces después quedo vacío. Y antes, antes y ahora, el desespero. Y quisiera drogarme si no, fumar marihuana, para escapar, sí, no quiero estar sobrio, no me aguanto la sobriedad, el paso del tiempo, no encuentro tranquilidad. Desasosiego, es eso, en la boca del estómago, necesidad de compañía.
Odios. Con el malestar, con la tos, se acrecientan los odios. Y los amigos, las amistades que por suerte existen. Los proyectos, el deseo de surgir.
Y esta sensación de que el dinero no me alcanza, todavía no empiezo a ahorrar. Y cómo, con esa deuda enorme, que de repente tuve que asumir, y que me duele, sí. Y quién sabe cuándo tendré el servicio de salud, quién sabe cuándo podré tratarme el tobillo. Y así, sigo los días, como caminando en una rueda, para pagar el día a día, mientras voy a ese trabajo, cuya gente empiezo a detestar. No a todos, no. Pero sí el contexto, la condición de subordinado. Me hace sentir repulsión por la especie humana. Y luego la culpa por eso, por la misantropía que se genera observándolos, observándome. Sus vidas, sus comentarios, su regodeo en la miseria que son, sin importarles nada. ¿Pero qué habría de importarles? ¿Por qué habría de importarles mi dolor, el dolor de los demás?
Quiero escribir un cuento, una ficción. Pero no se me vienen a la mente ideas, historias. Tal vez sea sólo cuestión de intentarlo. Como siempre. Intentar escribir. Golpecitos de suerte. Como si lo que hubiera escrito siempre hubiesen sido golpecitos de suerte.
Bloqueos. Ya es conocida esta sensación.
Los hombres. Será un mes más tranquilo en ese aspecto, es el objetivo.
Y seguir pensando en el trabajo, en lo que ahí ocurre, en ese lugar, físico, lo que hago ahí todos los días de mi vida. O casi todos, sí.
Y odiarlas, y que sean felices, miserables, pero victoriosas, y odiarlas, sí.
Y pensar en lo mismo, lo mismo de lo mismo: los hombres, la necesidad, el cariño, el cubano que no me ha invitado aún a su casa, y que igual con esta tos, a lo mejor no convenga aproximarse tanto, porque será incómodo. Pero querer verlo, querer que me desee, querer la euforia, la adrenalina, las endorfinas de los besos.
Mal humor a causa del resfriado, de la tos. Melania ha invitado a sus padres a tomar el té, y se llevarán a Ringo, el caniche ladrador, porque Melania se va de vacaciones diez días. Se le ha roto el auto, ha tenido un accidente, y por eso no puede ir ella a llevarle el perro a sus padres.
Tos, mocos, debilidad, mi cuerpo cansado, y un poco de angustia porque se avecina una semana larga en el trabajo, una semana de cinco días.
Solo contra el mundo. ¿Contra? No lo sé. Solo. Así me siento por momentos. El resfrío, mi casera que invita a sus padres, a su hermano y a sus sobrinitos, y hacen un escándalo de padre y señor mío, y yo en la cama, resfriado, odiándola a ella, y odiando al mundo entero, a mi amiga Raira, a quien no soporto ahora, y me ha dicho que quiere charlar sobre la forma de comunicación en el proyecto de teatro que estamos armando, y yo me pregunto si en algún momento seré un actor, y cuándo será eso, y que no desespere, que estoy haciendo lo necesario, así sea doloroso, tedioso.
Quisiera aceptar más, quejarme menos, ser más feliz, no estar tan inconforme con el lugar en el que vivo, con la gente en el trabajo. Ayer me lo decía: hace unos meses no tenía dinero para vivir, y necesitaba un trabajo con urgencia. El trabajo llegó justo en el momento necesario. Entonces me hago en la cabeza la idea de un plan: lo necesario en este momento es trabajar para pagar mi vida, porque no hay nadie que la pague por mí. Y con eso solucionado, entonces puedo buscar opciones para actuar. Ha pasado poco tiempo. Aunque, ¿qué es poco, qué es mucho? Van cinco meses del año. Dos meses y medio de trabajo. Tal vez sea poco, sí. Tal vez sea el proceso que es, y listo.
Que no haya día sin palabra, sin línea escrita. De a poco me adapto. O eso creo. Aunque la violencia interna por estos días sea mucha, la agitación, como mis flemas, revolucionadas por dentro.
Mamá está llena de deudas, deudas que pagará de aquí a dos años, tal vez más. Yo por ahora no he podido ayudarla: debo pagar las mías, y comprar ropa de frío para el invierno que se acerca. Las deudas de mamá, en su mayoría, son mías, pagos que hizo con su tarjeta de crédito para costear mis últimos días en Colombia y mi regreso a la Furia.
La Furia. Pienso en irme también. Dicen que hay que ver la abundancia, no la carencia, y que si uno ve la abundancia entonces viene más de eso. Pero por estos días ando viendo cuánto subdesarrollo hay acá, cómo se ha venido todo a menos, las estructuras físicas, las vidas de las personas, la gente en las calles, las noticias que llegan incluso por conocidos sobre robos, la pobreza. ¿También la había antes y no la veía? Puede ser. Pero ha decaído todo, se ha venido a menos, y yo quiero irme a una economía saludable (¿como las ratas, acaso, primeras en abandonar el barco?), quiero irme a un país donde se viva mejor. Quiero actuar, quiero vivir del arte. Quiero tantas cosas. Ahora por lo menos pago mi vida, me consuelo. Y no es poca cosa, teniendo en cuenta el tiempo que me costó llegar a este punto.
Ahora bien, ayer vi esa película, In the fade (por su título en inglés), e independientemente de la reflexión sobre el tema en particular del filme, veía esos paisajes, Grecia, pensaba en Alemania, desde lo superficial, sí, y pensaba en mi deseo de conocer, de viajar. Y el dinero. Y entonces, mamá. Y sus deudas. Y mis ganas de darle todo. ¿Y para qué me alcanzará mi sueldo? Y entonces, la angustia, las lágrimas, porque aún no puedo. Y me desespero. Pero que no esté ocurriendo ahora no quiere decir que no ocurrirá después.
Extrañaba leerte. No se cuanto es ficción, a parte que a mi lo único que me descontrola es no comer cabrito asado. He sentido el vacío de la frustración, lo describes intensamente. Abrazos.
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¡Buena semana, Meatov! Como siempre, gracias por tu comentario. Un saludote. 😉
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🐾🐴
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