Más de lo mismo, más de mis odios momentáneos, las situaciones en las que me siento preso, más de la mente divagando entre los mismos temas: el trabajo, las no ventas, y el novio de mi casera que vive acá, y los dos que ponen música, y el bendito perro que ladra cada vez más fuerte, y yo desesperado, encerrado en mi habitación, viendo cómo decirle a ella que tenga cuidado con la música, buscando la oportunidad, el momento perfecto, la forma adecuada.
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Tres días para el feriado. Anoche Melania y Pirado me han dicho que él sigue sin agua. Hace un par de semanas se le explotó la bomba del agua. Algo así. Ya lo sabía. Y, de hecho, sospechaba que esa podía ser la razón de tantos días de él acá, en casa. Pero no sospechaba tanto: ¿¡dos semanas sin agua!? Dice que tiene, sí, que algo tiene pero que no como para bañarse o usar a gusto.
Y ahora, otra vez: la oficina, la gente, lo de siempre. Mañana cumpliré un mes ahí. Debo llevar comida, “facturas” que llaman acá. Eso hace la gente allí, lleva cosas por una razón o la otra. O sin razón. Como el director de la organización, el otro día. Y yo preciso agarré dos, dos facturas (y no una, como debía), y el director entraba, y me vio llevándome dos, bien de glotón: el nuevo empleado, nuevo y glotón.
Lento, despacio, con calma, que transcurra el día con levedad, sin angustias o sobresaltos. Una semana de cinco días es mucho, ya el jueves se hace pesado, el viernes estoy lleno de paranoias. Mi prima que vive en Australia me dice que vaya buscando otro trabajo. Pero, en caso de que ellos me quieran mantener ahí adentro (cosa que espero), pienso que en todos los lugares habrá algo insoportable. Recuerdo, además, experiencias anteriores, y que por uno u otro motivo siempre había algo que me atormentaba. Esta facilidad tan mía para el tormento.
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Empiezo a odiar a ese puto perro.
Van ya dos días en los que ladra en la madrugada y me despierta. Melania no se irá a ningún lado para semana santa. Tal vez se quede algún día en casa de sus padres. Pero no le gusta instalarse si ellos están, dice. Y, al parecer, los padres querían viajar, pero han desistido, así que Melania no podrá irse a pasar todo el feriado allá con su novio, Pirado.
Tranquilidad, Dios. Sólo pido un feriado en el que pueda descansar y dormir como tú mandas, Dios.
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Mi amiga Raira me ha dicho que economice mi energía en el trabajo. Eso haré. Economizar. Aunque sólo con tenerla al lado a la gorda de mi jefa ya me siento absorbido. Creo que hay algo de mi hipersensibilidad en juego también.
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Ayer estuve a punto de sacar el teléfono celular, y escribir ahí, en la larga fila para entrar al subte. Algo de la gente, de sus rostros, sus vidas, sus comentarios, y la rutina, y el trabajo, y ser parte del ganado, pero privilegiado igual. Y las máscaras, el teatro de la realidad construida, y de lo poco que sabemos, y lo mucho que hacemos con lo que asumimos, las poses, la construcción de este gran sistema del que desconfío, pero del que no he tenido más opción que hacerme amigo (o fingir serlo) para comer, para vivir. Apenas empiezo -me digo-, es una transición, debo adaptarme. Empiezo a ser normal.
Todos los días, al subte. Y ahí la gente, apretada, sus historias, y más gente en la calle, la calle ahora fría, y el invierno que se anticipa crudo, y yo anhelando el amor, el contacto.
He sentido lo mismo que años anteriores, he entendido más, mucho más, ahora desde otro lugar. O eso espero. He sentido el dolor, como un desgarro en el medio del pecho, y he recordado que antes, durante ese año 2009, por ejemplo, me iba en busca de cuerpos, en busca de labios, pechos, brazos, a que me devolvieran un poco el amor que no tuve, a que me hicieran sentir valioso, aceptado, protegido, así todo fuese una quimera, una ilusión, no sabía yo que me enlodaba, que me perdía, que vendrían venéreas y más soledad, no.
Y después, de nuevo, más soledad, y lo mismo, y el círculo, y buscar fiesta, droga, y más hombres, y falos, como dagas, para apuñalar la quemazón del abandono y del desarraigo tal vez.
Pero ahora no. Ahora lo siento, siento el dolor. Puedo reconocerlo y decirme: yo te voy a cuidar, yo te quiero, yo estoy aquí para vos. Sí, así, a mí mismo, hablarme a mí, y prometerme cariño, cuidado, que el valor empieza por casa, adentro de uno.
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Miedo por las finanzas. He gastado más de la cuenta. No debí. Nada qué hacer más que confiar.
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Uno, en el baño. Otro, después, en las vías del tren. Lo he disfrutado, claro. Estaba borracho. Y después, la culpa, como siempre, azotando. Porque quisiera menos cantidad, más calidad. Que no me gustan, pero es lo que hay, entonces me doy, me entrego al desenfreno.
Queriendo el amor, claro, queriendo estabilidad. Pero controlo, controlo un tiempo, y después, sale todo el deseo, lo reprimido. No son esos los hombres con los que quiero estar. Pero es con lo que me conformo, porque es lo que consigo. Son los lugares a los que van mis amistades.
Mi aura, mi energía, cómo se modifica al unirme con otras personas. Cuidarme, cuidar mi energía.
Y el trabajo, se me viene enseguida la imagen de todos ahí trabajando, generando una cosa y la otra. Y esta creencia de que hasta que no cierre alguna venta, no me valorizo, no me sentiré, mejor dicho, valioso para la organización. Y pasar las horas ahí. La ropa, el tobillo, mi jefa siempre a mi lado. Cosas que me incomodan. Ella sobre todo, su presencia que me oprime.
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Melania, mi casera, y Pirado, su novio, se han peleado a los gritos. Un fin de semana largo, tranquilo. Con los ladridos de Ringo, claro.
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Tengo un cansancio que no termino de soltar, todavía no me recupero.
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Mamá está sin teléfono en Macondo: le han suspendido el servicio porque no ha pagado. La extraño. ¿Qué es todo eso?
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Compañía. El chico con el que estuve ayer, un lindo pibe de Mendoza capital que he conocido en la fiesta del otro día, me ha dicho que cuando se pasó a vivir donde su amigo, este le dijo que podían compartir gastos, y que se harían compañía. Unos queriendo estar solos, y otros…
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La noche, el alcohol, los vicios, los celulares. Y yo por más que juzgue o intente darme cuenta, sigo envuelto en la melaza, dando vueltas también en la rueda, como un ratón en su jaula, así nos veo a los seres humanos. Y no sé si pueda hacer algo para cambiarlo. Tan siquiera en mi vida, quiero decir.
Pero por qué tanta crítica, tanta observación, ¿es malsana? Y eso que hay menos privilegiados que yo. Las formas del ver el mundo tan variadas. Y la imagen de los rostros, los cuerpos de cientos de vidas que veo en el subte, en las mañanas y en las noches, y luego tranquilizar esas emociones sólo escribiendo un poco, describiendo esto que siento.
¿Los demás viven mejor, son más felices? Algunos, muchos de ellos… Tal vez.
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Sábado. Un poco más descansado. Melania dice que irá al teatro con Pirado. Asumo que dormirán acá. Diario de tormentos, así debería titular estas líneas. Ringo ladra en la madrugada. Y yo, en mi cabeza, hago una lista de los beneficios de vivir en compañía, de la posibilidad de pagarme la vida por fin, que está bien esta casa, vivo bien, me repito.
Los sweaters para el frío: preciso se me ha roto el único que tengo. Hay algo en mí que se siente menos prolijo, menos limpio cuando me comparo con los demás en el trabajo: como si por no tener tanta ropa, por no planchar bien las camisas, entonces me percibiera menos limpio. Debo descansar. Vivo cansado. El tobillo, lesionado. Y quién sabe cuándo podré finalmente ir a las sesiones de kinesiología, cuándo me darán el seguro médico en el trabajo.
Así, varios temas. La angustia principal: lograr realizar alguna venta, cerrar, aunque sea una, así siento que me valorizo, y que me va bien. Debo cuidar ese empleo. Eso siento.
Ha llegado Pirado. Mientras escribía estas líneas. Tiene llaves del departamento. Tormentos. Aprender. Un tránsito hacia la paz. No desesperar.
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La mugre, la suciedad, en contraposición con el ideal de luz, claridad. Pequeñas cucarachas, una que otra, caminaban entre la tapa de la lavadora, en el piso del baño también, un baño sin cortina, y el chico mendocino que duerme en un colchón afuera del cuarto de su amigo, pero que esta noche, como su amigo no está, y como he ido yo, para, después de meses sin hacerlo, desfogar y hundirme en la pasión hormonal, esta noche él usará el cuarto, la cama, beberemos algo, y después lo penetraré, con suerte, me hundiré profundo, con dulzura primero, y salvaje después. “Tienen que fumigar”, pienso, y no se lo digo, veo a los animalitos caminando, mientras intento orinar, en el inodoro percudido. Y viven así. No es por criticar: las imágenes me impactan, y entonces, por eso, agradezco vivir en el lugar que vivo, porque es limpio, aunque mi casera cocine con su novio todo el tiempo, aunque el pobre perro ladre sin parar (estoy exagerando) y eso lo haga merecedor de mi odio efímero.
¿Ir de nuevo a verlo? Ni dinero, ni ganas tampoco de un albergue, de un motel, de un hotel de paso. No son de mi agrado.
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Yo, el misántropo, conviviendo, coexistiendo.
Saludes Anónimo, un abrazo y mi alegría que sigas escribiendo.
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Un saludote, bella Meatov. Mi alegría tenerte como lectora. Gracias por eso. A por más letras. ¡Abrazo fuerte!
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Mi alegría es que aparezcas, te pierdes mucho. Me gusta leerte, eres un tipaso sincero y muchas ganas de escribir. Abrazos con ganas y muy fuerte.
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¡Qué tuani! 😉
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No te pierdas.
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👍
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¡Gracias por pasarte por el blog! Un saludo 🙂
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