Viernes. Qué a punto estuve. Ahora es cuando menos debo. La depresión después podría llevarme a lugares peores. Y así. El círculo maldito. No debo. Y no debo pensar tampoco o considerar estas líneas como un recurso para expiar. Es el peor momento para una recaída. No debo. Pero la soledad, sí, el tiempo muerto, el tiempo libre. Es eso: el tiempo muerto y libre en soledad. Aprender a lidiar con eso. Hay días en los que está bien, como las semanas pasadas. Aunque salí con amigos siempre, los fines de semana. Visitaba al uno y al otro. Hoy es viernes en la noche y resulta que no hay planes, que no apareció nadie, la gente está de vacaciones o cada uno en la suya. Y yo me encuentro solo, sin nada que hacer, sin nadie a quien buscar, a quien llamar, sin dinero también (aunque esto es igual más aterrador, qué haría entonces si tuviera montones). Entro en una de esas aplicaciones. Y busco sexo con drogas, y hablo con uno y con el otro. Y estoy a punto, pero no se concreta nada. Por suerte. Y he perdido dos, tres, casi cuatro horas, hasta que cierro todo, y los tipos con los que hablo han desaparecido (por suerte), y yo decido bloquearlos, y borrar la aplicación, y masturbarme, así se me va el deseo, y listo. Me digo que puedo hacerlo después, cuando esté más estable. Sí. Después. No ahora. Ahora va a ser para problemas emocionales demasiado fuertes: mamá, en Macondo, viendo cómo hace para mantener al niño consentido que no prospera aún, y el niño drogándose y teniendo sexo con desconocidos. No. La culpa sería terrible. Ni ella ni yo nos lo merecemos. Es cuestión de combatir la tentación. Mañana seguiré con la búsqueda de trabajo. Ya puedo hacer ejercicio de nuevo, han pasado los días de pereza, ha pasado el malestar físico que me rondaba, así que puedo y debo hacer ejercicio, y quedarme en casa, y escribir. Y buscar trabajo por Internet. Y escribir. Y tomarme, como hoy, otra media pastillita para dormir, y poner una película. Y así hacer que pase el fin de semana más tranquilamente, más amenamente.