Toda una semana (en el deseo) o Salvajes con un él

Ya, aquí. Con el sonido de la heladera, que es más vieja que la del departamento de al lado, y la oigo sonar desde el cuarto, un ruido frío, punzante. Otro más. Trato de adaptarme, debo adaptarme. No tengo muchas opciones.

Entonces pienso cosas, ya entristecido: los demás, los privilegios, los privilegios de unos sobre otros, y sin saberlos, sin registrarlos a veces.

*

Supongo que el asco se irá. He iniciado este sábado con una tristeza de aquellas, de niño sin protección. Pero ya luego he hecho lo que tenía que hacer, arreglar aquí y allá. He sacado el televisor, y otros elementos. Sigo con el desinfectante. Y en un rato supongo que iré a por una alfombra para la bañera, un gasto que no quisiera hacer, pero no puedo vivir con asco. Debo agradecer, lo sé. Este departamento es más chico, la heladera suena, no tiene suficiente espacio para guardar las cosas. Y así. No quiero llamarle una ratonera. No puedo tratar así a mi lugar de vivienda. A matchbox, dirían los anglos. En medio del sueño rabié contra las de la inmobiliaria que no quisieron inventarle alguna excusa a los huéspedes que vienen al departamento en el que estaba yo, era cuestión de decirles que estaba disponible el de al lado, y dejarme a mí en el que estaba por más tiempo, y listo. Pero no. He rabiado como un niño consentido. Y no puedo vivir con asco, así que debo encontrar estrategias. Es para lo que me ha alcanzado el dinero, concluyo. Y no esta mal, debo agradecer, me digo siempre. Las fiestas, el fin de año, el verano. Y escribir, y el teatro, y lo demás. Mientras, la heladera me sigue incendiando con su sonido penetrante.

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“…me prueba una vez más hasta qué punto no soy el autor de lo que escribo, en el sentido de que hay cosas que me usan, que pasan por mí para manifestarse; y si esto es propio de todos los “arquetipos”, de todos modos siempre resulta alucinante saber, por otro, lo que se ha escrito sin sospechar y sin querer”. Cartas, 1971. Julio Cortázar, en una carta a Lida Aronne de Amestoy, escrita en Saignon, el 18 de agosto de 1971.

Eso leía anoche del gran maestro. Lo asocié con lo que dice Stephen King sobre las historias, que son como fósiles, que uno saca con las herramientas que la técnica le provee, pero que las historias ya están ahí, y uno lo que hace es desenterrarlas. Pues bien, yo creo que con mis cuentos pasa eso, pasa lo mismo, me usan a mí para manifestarse, por lo que, si bien no hay que dejar de trabajar (incluso más allá del cansancio), no hay que desesperar tampoco, ni forzar la obra. Me lo digo por este deseo que intuyo nace desde el ego, este deseo de publicar, de encontrar reconocimiento, de que los demás vean cuán bueno soy. Pues el bueno no soy yo, quiero convencerme. Las buenas son las historias, y un poco de suerte tengo cuando ellas me eligen a mí para salir, para manifestarse, como lo dice el cronopio mayor.

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He caído en el abismo de las redes sociales. Y ahora, en un arranque de privacidad, de necesidad de volver a mi intimidad, he borrado esa aplicación, Instagram. ¿Cómo funciona? Uno vive un lindo momento, algo feliz, y en seguida la cuestión es: “los demás deben ver esto, los demás deben saber esto tan interesante, debo exponer mi vida”. ¿Es así? No lo sé. De dónde surge la necesidad de exhibir lo que uno hace, de hacer público el momento presente.

El mandato de la felicidad, más que nunca en las redes sociales, en Instagram.

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Creo que tengo un mundo aparte, un mundo que me cobija, creo que al hacer de mi vida una ficción en letras encuentro cierta paz, cierto sosiego para las intensidades de esta vida, intensidades que se presentan en forma de agujeros negros. Todos creemos nuestra ficción, nuestros recuerdos, es la vida que nos contamos, la historia que nos creemos de nosotros. Yo la escribo, y algún sosiego encuentro. Nada eterno, por supuesto. Pero sí la ilusión de quedar. Porque plasmo.

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Soledad. ¿Es la misma de siempre, que parece disolverse a veces, darse etapas, y después vuelve a su contextura de siempre, a lo mismo?

La heladera chillando. Que estoy bien, me digo después. Que igual vivo bien, que una buena vida igual me procuro, que necesito procurarme más.

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Lo de las redes tiene que ver, claro, con la imagen, con los demás, con lo que quiero que vean los demás de mí, con proyectar algo de uno, exhibirlo, dejarse ver, y cómo a través de lo que los demás ven, a través de lo que muestro y lo que asumo que los demás perciben me configuro yo mismo o una idea de mí. ¿Somos, en parte y también, una idea de lo que realmente somos?

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Lo que me pasaba, puedo percibir ahora, es que, ante cierta falta de sentido, buscaba escapatoria eterna, aunque fuera efímera. Eterna porque quería que la escapatoria continuase, la euforia, y buscaba más y más, más hombre, más macho.

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Cierta incomodidad. No es sólo que las valijas no entran en la cómoda que hace las veces de placard. Tampoco que la heladera vieja me vuelva loco con su ruido incisivo. Pero la bañera, no puedo ni mirarla siquiera. Ya está, dos meses y me cambio, a otro lugar. Quejas. Y mientras, la vida sigue. No sé si debo ir a cortarme el pelo porque no quiero gastar dinero en eso. Pero ya se me arma el “paraco” de siempre. Pensé que me duraría más el último corte. Bueno, un mes y medio es bastante. Y el vecino de arriba se ha pasado toda la tarde corriendo, moviendo cosas, y se siente todo aquí abajo. ¿Qué tanto mueve? Quiero subir y preguntarle, decirle que tenga cuidado, que se escucha todo abajo, en mi departamento. El dueño de este me ha dicho que me ayudará a encontrar algo para cuando deba mudarme. Pero todavía es demasiado pronto para empezar a buscar o a indagar. Si hubiera visto una foto de esa bañera, no alquilaba este, me he dicho. Pero después me arrepiento de pensarlo. Por lo menos tengo agua caliente, tengo un baño, un lugar para mí solo, y es todo cuestión de perspectiva, reafirmo.

Ya me cambiaré, que el tiempo pasa rápido. Porque por más que el asunto sea cuestión de perspectiva, también es una realidad que he pagado, y que hay que ser inteligente en el modo en el que uno gasta el dinero.

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Qué lindos hombres hay por ahí, a veces. Algunos lo más de formales, lo más de saludables. Hoy, la imagen del hombre caminando con su niña, cerca de las siete y media de la mañana, tan recién bañado él, pero tan dormido, con su niña rubia, caminando, rubio él también, tan hermoso.

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En Macondo celebran hoy el “día de las velitas”. Acá la cosa es menos navideña, hacen menos alboroto. Aunque se vuelven locos igual. Pero nada como Macondo o la montaña. Allá adornan, iluminan, todo un desgaste para volver al mismo punto del círculo. Yo, desde la Furia, paso los días en la agitación de una primavera que se convierte en verano, con mi pelo largo, mis amistades lindas, mi teatro amado.

La búsqueda va a paso lento. Y algún quebranto de salud ha activado paranoias. La intensidad de la vida, siempre presente. Como en una película de Almodóvar, me dijo Tano alguna vez, que tengo vida de artista. Y es así. ¡Por qué no algo más sencillo? Por qué no ir a la oficina, trabajar, un master, lo normal, la rueda del capitalismo, y ser funcional, y listo. No. Artista. Que no se me culpe por renegar. Y no hay que compararse. Porque los hay genios, actores genios, escritores ya publicados, alabados a la edad de los treinta.

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Despierto, medito, escribo. Haré ejercicio. No debo perder la costumbre.

Raira me ha dicho que no, que está bien, que no es lo que le estoy pidiendo al Universo. Me ha dicho eso después de que el chico (bello, qué bello chico) en la panadería me haya empacado tres medialunas, en vez de dos, que era lo que yo había pagado en caja, sólo dos: no fue casual, lo ha hecho de amor, de pibe copado. Le he dado media medialuna a Raira luego (ella sólo quiso media), y ella me ha dicho: el Universo te está dando abundancia. Y ahí aproveché para soltar mi culpa. Que por eso me sentía mal, porque me hayan llamado para un trabajo que ya había hecho y dije que no, le dije al de recursos humanos que no, porque sé que no voy a estar bien ahí, porque el sueldo no se corresponde con lo trabajado, porque es “negrero”, como me ha dicho mi amigo Laitan, quien también trabaja en la industria (llamémosle industria).

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Creo que me adapto un poco más al departamento. No tengo otra opción, ya lo he escrito antes. ¿Y después? Siempre lo mismo. Ya cambiaré, supongo. Mientras, ando ocupado, sí. Con una cosa y con la otra. Sigo somnoliento, a pesar del café. Guardaré la hierba para la noche. Debo tener cuidado. (Siempre escribo “debo”, “debo”).

La ficción de mi vida. Escribo, me describo, ¿me justifico? No quiero ser narcisista. Ayer, durante la cena, he criticado junto con Dante a un ex compañero, cuya obra vimos hace unas semanas. Dijimos que la obra estaba llena de caprichos narcisistas, en los cuales, para colmo, el joven e inmaduro director, se regodeaba. Nada peor que el regodeo impune, gratuito. Eso hemos dicho. Y ahora no quiero caer yo, en la explotación de mi narcisismo a través de estas líneas. ¿Egolatría?

*

Con todas mis fantasías, con todos mis deseos, caminando por la calle, con tantos hombres bellos. Y yo sin hacer nada, aguantando la presión, que me corre por las venas, esta fuerza pura, esta fuerza oscura, este deseo infantil, tan primitivo, esta necesidad loca de devorar un hombre y de ser amado, ser deseado, ser contemplado, de abusar también y trasgredir y llenarme todo, de consumir, consumirlo a él, de la pura pasión misma, actos salvajes con él, salvajes con un él.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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