Tanta ropa cotidiana

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Y de repente, soledad. De repente es un decir, porque fue paulatino. Pero cuando me doy cuenta de la sensación, es como si hubiera sido de golpe. Por las tardes, después de buscar trabajo, un poco de tristeza me entra. Recuerdo aquel otoño del 2014, y agradezco que ahora sea primavera, haber venido en esta época.

Hoy, uno de los contactos al que le he enviado mi currículo me ha dicho que conseguiré trabajo fácilmente. Pues ya llevo un mes. O casi un mes. Y ni una entrevista. Ya escribí antes que tal vez sólo haga falta una, una sola, la empresa indicada, dar en el blanco, digo, a la primera. Uno nunca sabe. Ojalá.

Los días de sobriedad me vienen bien, me siento bien. La meditación, el ejercicio. Pero ya a eso de las cinco de la tarde se me va torciendo el deseo, considero suficiente la cantidad de concentración dispuesta en lo correcto, y me dan ganas de un porro. Hoy he buscado a ver si, como el otro día, encuentro algún resto que me sorprenda y que me haga la tarde. Pero nada, no he encontrado nada.

Y no sé bien qué historia continuar. Tengo tantas por la mitad, que no me atrevo a empezar otra. ¿Para qué? Si escribo una nueva, y me queda por la mitad, entonces ¿otra más a la lista de inacabadas?Voy a dedicarme a enviar más hojas de vida, a buscar castings también. Algo tendré que escribir para mostrar pronto en el taller, debo aprovechar, que lean algo mío por lo menos una vez más antes de que termine el año.

Lo más fácil es escribir sobre mí. Siempre digo lo mismo. Siempre me quejo de lo mismo, de que las historias van a paso lento, muy lento.

Escribir. En todo caso, escribir.

*

Culpa por todo: por las tres medialunas que me clavo con dos huevos revueltos, para darle algo de sentido a este anochecer porteño, en el que me aburro un poco. Me aburro, me entristezco incluso, porque es la sensación natural después de pasarme el día buscando trabajo, enviando mi currículo aquí y allá, contactando a gente que hace mucho no veo, sólo para decirles que, si saben de algo, aquí estoy yo, esperando a ser contratado, esperando prestar un servicio a cambio de algunos pesos, algunos muchos, en realidad, porque la vida está cara, y quiero vivir bien. Y entonces pienso que llega diciembre, y que mamá está sola, y me agarra el bajón de las cinco de la tarde, y un poco de llanto se me viene al pecho, a la garganta, y ya me sale por los ojos, y no lo contengo, porque es mejor llorar un rato, no reprimirlo, no vaya a ser cosa que después estalle.

Eso fue a las cinco. Después, me dormí una siesta corta, y entonces me decidí por fin a ir por las medialunas, porque si estoy haciendo ejercicio, algunos gustos me puedo dar, y pensé en llamar a un amigo, ir a su casa, visitarlo, comer algo y dar una vuelta. Pero después me arrepentí: mejor comer solo, “bancarme” mis días así, mejor comer y sentarme a escribir, que algo saldrá, aunque sea poco, algo saldrá, y siempre algo es mejor que nada, siempre algo es mejor que nada, lo sé.

*

Raira dijo el otro día, en una conversación fructífera, un tanto a los gritos, porque en el subte el ruido se volvía escándalo, Raira habló sobre lo importante de recordar lo trascendente de nuestro oficio. No lo dijo así, exagero. No dijo trascendente. Dijo algo como “milenario”, o “antiguo”, me recordó a los griegos, y que el arte viene de mucho antes, incluso, me dijo. “Lo antiguo de nuestro oficio”. ¿Son todas justificaciones? Puede ser. Pero algún truco hemos de encontrar, algún sentido, para esos días en que, en un episodio de inmadurez tal vez, uno se pregunta por este deseo, esta elección, por este talento (¿por este don?). Y a quién le sirve, y esto y aquello, cuando, a fin de cuentas, lo más importante siempre ha sido comer, vestirse, andar. Y, así las cosas, suelo envidiarlo (envidiarlo un poco, un poco no más) a mi primo ingeniero, que siempre trabaja, siempre gana plata, y siempre es un orgullo para la tribu. Un poco, digo, lo envidio un poco, porque, desde ya, no me cambiaría por él. Ni ahora ni nunca. No dejaría mis artes, no viviría su vida, no pasaría las horas así, en esos oficios, no me acostaría con esas mujeres (aunque no sé por qué pienso en esto), y no muchas cosas más. Pero el dinero… ¡ah,  la capacidad adquisitiva! Vaya asuntito.

*

Después de un “éxito” (llamémoslo éxito), la duda absoluta sobre todo lo que escribo, sobre todo lo que he escrito, como si no tuviera otra historia superadora. Es cuestión de tiempo y de trabajo, ya lo sé. Ni para qué apurarse, si con eso, en el corto plazo, no voy a comer.

*

Sí que hay más gente durmiendo en las calles. Sí que está venida a menos la ciudad. Ayer, antes de la proyección de la película, Tano preguntaba si estoy contento con el regreso. Y le dije que claro, que por supuesto. Pero tengo clavado el recuerdo (constante) de que esto es todavía el tercer mundo. Ahora más que nunca lo veo, lo puedo notar. Ahora hay más pobreza. Aunque antes también, sí. Pero ahora veo más. Y me pregunto a dónde irá a parar todo. Tan naturalizada, tan cotidiana la violencia, la pobreza. Y me da miedo. Así que decido no indagar mucho, no escarbar más. He dejado de leer noticias sobre la economía, sobre la política: lo único que lograban era asustarme. ¿Me volveré acaso un egoísta, insensible? Lo primero, tal vez; lo segundo, lo dudo. Egoísta porque entonces pienso que, aunque alguna debacle venga, como en el 2001 aquí, lo importante, en este mundo de mierda que hemos sabido construir, es quedar del lado de los privilegios, contar con suerte.

*

Mañana debo pasarme al departamento de al lado, que he reservado por dos meses más. Este, en el que estoy ahora, estaba ya reservado para las fiestas. Así que, ante la idea de verme en diciembre buscando un lugar donde vivir, reservé desde Macondo por tres meses: uno en este departamento, y dos más en el de al lado, en el mismo edificio, hasta fines de enero. Y ahí debo irme a otro. La inestabilidad me incomoda; la incertidumbre, como siempre.

*

Leo, escucho, veo tanto sobre Europa: París, Madrid, Berlín, Roma, Viena. Cunas de tantas cosas. Y ya no quiero pensar en lo que debí haber hecho, lo que debió haber sucedido. ¿Cuándo será mi turno, en qué circunstancias?

*

Hoy no quiero buscar trabajo. Aunque en un rato, claro, abriré esas páginas, y miraré los anuncios, una actividad que encuentro deprimente ya. Pero debo hacerlo, debo buscarme una vida, ganarme mi vida, ganarme el pan. Pero hoy me he dado licencia para escribir mucho sobre mí. Sí, mucho. Porque me hacía falta. Escribir es aterrizar, organizar todas estas ideas, sensaciones, impresiones, que observo en mí a diario, digo más, a cada minuto, y que si no pongo en el papel (virtual del ordenador) quedan entonces perdidos, me imagino, quedan en el aire. Debo bajarlos a tierra, a ver si después ya aprendo, tomo decisiones, los dejo ir, habiendo tomado, claro, lo que haya que tomar.

Y es que, si no escribo todo esto, me pasa también que algo me imposibilita seguir con la ficción, como si lo único que pudiera escribir, si no redacto esta interioridad mía, fuese lo que me está pasando, describir estas emociones. Necesito despojarme, sacarme tanta ropa cotidiana, tanta máscara, tanta energía de los otros que se queda en mí, y entonces sí, tal vez venga alguna imagen, más casta, alguna idea menos contaminada de la vorágine diaria, producto de la vida toda y no del torbellino actual.

*

Y las ropas de la gente. Ese es otro tema. Pero las ropas de la gente, de Dickinson, de Tano, pero de muchos otros, en general. Depende de las zonas, por supuesto, pero en general, digo, el pueblo, lo que se ve al salir, en general, insisto… sus ropas, sus telas tan débiles, motosas, avejentadas, de una calidad triste. Y no lo digo por criticar. Lo digo por aquello de que se ve pobreza. Ayer me pasó cuando veía al director y actor de la obra esa que vi la noche siguiente a mi llegada. Él caminaba por Corrientes. Y yo iba, también por Corrientes, con Tano hacia el cine. Y lo reconocí. El manto de la escasez. Vaya a saber uno si el tipo se sostenga mucho mejor que yo, que llevo años ya de mantenido culposo. Pero no es a eso a lo que voy, ni hablo desde mi lugar fascista (que –pobre diablo y como todos- a lo mejor tendré). Hablo de las diferencias de clase, de cómo, en otros lados, en otros ámbitos, hay quienes visten con lo mejor. Y ahí, entonces, me vuelve el miedo. No sólo a quedar yo del lado triste de la división. Si no a que un lugar al que he llegado a amar con tanta fuerza siga cayendo en las garras de la diferencia social, la diferencia de clases, tan evidente, tan demarcada.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

8 thoughts on “Tanta ropa cotidiana”

  1. Oye, como me equivoco, es la primera vez que escucho tu voz critica. Esto tiene potencial, para ser mantenido culposo estas bien situado. Cuidate, ya llegara el trabajo.

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    1. Buenos días a todos, en Pain et Vin buscamos estudiante o somm recibido para cubrir una suplencia el mes de Enero y otro puesto para quedarse. Sí o sí el inglés debe ser afilado porque estamos en pleno Palermo y todos los días catamos vinos con extranjeros. Sexo indistinto. Gracias!!!! info@pain-et-vin.com

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