Postales del subdesarrollo

Todos estos días, después meditar y de preparar café, escribo sobre lo mismo: mi indecisión, que por estas fechas se acrecienta con los tormentos. Me digo, entre sueños, que este ha sido un mes de mierda. E incluso, durante la meditación, en uno de los pensamientos que se cuelan, me veo hablando con mamá, maldiciendo el colegio de al lado. Son varios los tormentos aquí. Y concluí que, desde que empecé ese curso de manejo, la energía me ha bajado notablemente. Luego vino el domingo funesto en que mamá no regresó a casa a dormir. Por estos días se dañó el teléfono, y el sábado, con el pintor aquí, me disponía a dormir la siesta en el cuarto de mamá, porque el pintor había pasado ya a la sala que está antes de mi habitación, y cuando yo dormitaba, llegaron los de la empresa de teléfonos, que han respondido más eficaces que nunca al llamado que hice el sábado mismo. Aunque te preguntan en qué horario quieres que vayan, y así digas que en la mañana, y así te digan que tardarán 24 horas, ellos aparecen cualquier día, a cualquier hora. Si fuese urgente, si fuese el internet que tanto uso el que necesitara que arreglasen, ahí sí se demorarían. Y ayer, veía emocionado los premio Emmy, y en la mitad de la premiación, cuando me llevaba el primer bocado de gelatina de piña a la boca, se va la luz. Leí un rato en el computador, hasta que se agotó la batería, y luego salí al balcón a seguir leyendo en el Ipad. Ya hace unos días se había ido la luz también, y lo documenté aquí. Un desastre. Claro, uno puede mantener la alegría, sí. Aquí son especialistas en eso, son gente alegre a pesar de la miseria constante. Me ronda el pensamiento de que la ignorancia te hace un ser más tranquilo.

Sin luz, llegan más feroces los gritos de los adolescentes asquerosos y de las pobres maestras del colegio de al lado (el maldito colegio de al lado). El calor aún no es tan pesado a las siete de la mañana. El pintor llegará en pocos minutos. Y en un rato vendrá el profesor de las clases de manejo. Anhelo unos días de paz.

Entonces dudo: me he dicho que esperaré a terminar el curso de manejo, y cuando tenga la licencia entonces decidiré si me voy en octubre a Buenos Aires. Pero, en realidad, quiero esperar a finales de enero: tal vez surjan más opciones laborales aquí, y quiero acompañar a mamá durante las fiestas. En noviembre, además, terminan las clases en el colegio de al lado, así que podré gozar del silencio que tanta falta me hace en las mañanas, al despertar.

Por ahora, la ilusión más pronta es ver a Áspora el próximo fin de semana que vendrá a otro pueblo de la costa de vacaciones. Me hará bien salir de casa, descansar de mamá, alterar mi conciencia, sumergirme en el mar.

Yo quisiera eso de ser feliz igual, sin importar lo que suceda, resistirme menos, responder mejor, aceptar más fácil. Verme más afortunado, el vaso medio lleno. Pero (bendito pero) la ira y la indignación me ganan a veces. “Todo sea por el objetivo en mi carrera”, me digo. Que todo valga la pena, espero.

Y de repente, la luz. ¡Oh! Terminaba de corregir estas líneas, y ha llegado la luz. “¡Alabado sea Jesús de Nazareth!”, le grito a mamá. Iré por un plato de bebida de almendras con granola. Y me regocijaré un rato en esta alegría pasajera y burguesa de subdesarrollo caribeño.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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