Septiembre, mamá y deseo

Y ahora cómo perdonar. No es el hecho en sí, si no la idea de que mamá ha depositado más confianza en esos personajes, en su novio y en el hijo de su novio. Por diferentes razones lo digo. Aunque puede ser una creencia falsa, miedo. Igual me siento ofendido. El domingo pasado mamá salió a ver un partido de fútbol y a celebrar el cumpleaños de su novio, que era el lunes. Salió el domingo a eso de las cuatro y media de la tarde. Le pregunté si regresaba después de las doce. Me dijo que no. Pues regresó recién el lunes después de las once de la mañana. Y si yo no la llamo a las siete y media, quién sabe si ella me hubiese llamado. No hemos peleado, para nada.  Pero no le hablo. He decidido tampoco sentarme a la mesa con ella. Silencio. Hoy se cumple una semana. Y por más que quiero perdonarla, algo en mí la rechaza.

*

Los heterosexuales asumen que todos somos heterosexuales. Ya sé, estoy pidiendo mucho a esta sociedad caribeña. No hay que exigir tanto. Y mejor que así sea, que no asuman que uno es “marica”, digo, con la homofobia tan imperante aquí.

El instructor de las clases de manejo me habla del alcohol, me pregunta si tomo (¡a mí me vas a preguntar!), le digo que acá no tengo amigos, pero que sí, que he bebido alcohol por temporadas. “No sabes el recorrido que llevo, con esta cara de niño”, quiero decirle. Él me dice que “el ron”, como se refieren aquí al alcohol en general, lo agarra a uno de a poco. Y mientras dice eso, el instructor se picotea con una mano el otro brazo. Agrega que además, “el trago” lo obliga a uno a lidiar con el “guayabo”, léase la resaca, y con la culpa de haber gastado dinero en exceso. El instructor me dice que ya él no sale. Si supiera lo que yo he hecho, el platal que me he gastado en noche y en prostitución. El instructor me cuenta más, me cuenta de una chica que fue amante suya, que iba a la escuela todos los viernes y lo esperaba ahí, que la mujer gana mucho dinero porque es médica, y que tiene un auto nuevo, pero que él tuvo que bloquearla en el celular porque ella comenzó a llamarlo más de lo que él esperaba y su esposa se dio cuenta (¡ah, el instructor tiene esposa!), me dice que la amante le dijo que él la había engañado por haberle hecho creer que él era soltero, pero él, sin embargo, no se dio por aludido; no me cuenta bien, yo supongo que él le ocultó que tenía esposa, él dice que ella sólo desea su miembro, porque aquí, en este caribe infernal, idolatran al falo. Para él, supongo por cómo me habla, ella debió asumir que él no quería compromisos. Él le propuso ahora montar una escuela de automovilismo, porque ella tiene dinero, me recalca. “Y ahí sí, ahí sí valdría la pena”, comenta.

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Seis meses sin sexo y sin cocaína. Pienso en caer. No quiero.

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Definitivamente es mejor escribir con silencio. El ajetreo del colegio de al lado no me hace bien. Tampoco, el calor. Los sábados en la tarde, entonces, y los domingos son los mejores momentos. Contemplo despertarme de madrugada, tal vez me ayude, durante una temporada nada más, probar.

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El otro día, después de ir al odontólogo, fui a la peluquería. Al salir, pregunté, en un puesto en la calle por una simcard: pienso que si contrato a un prostituto ya sea aquí o en Bogotá, prefiero hablarle desde un número que no sea el mío. Le pregunto el precio al vendedor. Pero no, no me decido. Aquí no debo hacerlo, me repito luego cuando me vengo a casa caminando, transpirando por el sol que arde. Ni aquí ni en otra parte. Gastar tanto dinero en eso, por tan poco tiempo (una o dos horitas no van a saciar mi ansia), y sin saber si la experiencia será buena. Y después, igual, con qué me quedo: vacío. Mejor espero, y veo de ir a alguna fiesta, me digo, así por lo menos paso varias horas bailando, con amistades. Aunque eso es acercarme al círculo, ya lo sé. Pero un prostituto aquí, no. Eso no.

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A veces me encuentro juzgando demasiado: a mi primo, por ejemplo, lo he juzgado porque lo envidio, no voy a mentirme. Que trabaja mucho, que no es feliz, que vive alienado, para trabajar, y que sólo desfoga con comida grasosa y alcohol. Lo juzgo a él y a toda la sociedad que representa. Tal vez porque ellos son el éxito y yo, por ahora, no consigo mantenerme solo.

Entre Irma y la visita del papa a Colombia, ¡por Dios!, la sarta de estupideces que hay que oír de manos de los medios y del representante de una institución tan corrupta. La iglesia católica tendrá sus personajes buenos, supongo que sí. Pero son humo y opio. Humo para esconder la danza macabra de esta sociedad podrida, divida, miserable. Y opio para adormecer a quienes viven en su matriz, sirviendo orgullosos a la rueda del consumo. Pero qué hablo yo, si yo soy un pobre parásito de mamá, a mis 31. Y claro, el arte es lo de menos en esta sociedad, en la que Chevrolet hace el papamovil (¿y qué tiene que ver, no?), en la que el estado paga la mitad de la visita de “su santidad”, en la que Dios es un negocio redondo, mientras miles se mueren de hambre, y hay campos de concentración porque un hombre quiera coger con otro. ¿Y qué tiene que ver? Nada, no. A lo mejor nada. A lo mejor, todo. Yo sólo veo el desastre ahí afuera, y me siento a escribir lo que puedo de lo que me genera este mundo globalizado.

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Escribir más sobre mi deseo tal vez sea redundar. Esta fiebre, esta impotencia, esta ira. Seis meses es lo más que he pasado sin sexo desde hace mucho tiempo. Entonces a veces se me vienen recuerdos de la vorágine, situaciones diferentes del camino a la debacle, como latigazos de culpa y vergüenza. De deseo, también. “Pero yo me dirijo a otro lugar, me dirijo hacia mi bienestar”, me digo cuando llegan esas imágenes. Pienso en cómo me cogía el uno, en cómo yo me cogía al otro, en momentos en los boliches, en lo que pasó después, antes… “Quiero estar bien, quiero estar sano, quiero mantener mi energía alta”. Cosas así, para apartar a los demonios. Por un lado la tentación, por el otro el recuerdo de cuán doloroso ha sido, a pesar de cuánto lo disfruté.

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Ya empiezo a hablar con mamá. De a poco retomamos el vínculo. Tal vez los trámites en el banco que haremos juntos hoy nos ayuden a acercarnos. Tal vez. Bueno, si la lluvia nos permite salir.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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