Aquí es de noche, pero la temperatura debe estar a unos treinta grados. El ventilador, en su máxima potencia. Me apunta. Tomo una infusión de tilo y de toronjil, así duermo más fácil. Aunque a veces ni eso. A veces ni las gotitas de valeriana y de pasiflora. Ya lo había dicho. Sí. A veces, la cabeza me juega unas noches de aquellas en las que a punta de pensamientos el miedo se cuela y, como un pulpo, se va desplegando desde la boca de mi estómago, adentro de mí, extiende sus tentáculos, hasta mi cuello, y abajo hasta mis pies. Entonces recuerdo. A veces recuerdo, por ejemplo, sus brazos blancos, fuertes, su torso firme. No es a él a quien extraño, sino una compañía, un romance. Y cómo no erotizarme también (y no violentarme) cuando se me viene, en horas de insomnio, esa imagen del afro en medio del acto, hundiéndose entero, la imagen que uso en las noches, a veces, para vaciar esta necesidad.
*
¡Ah! Una revelación: escribir es mucho más que escribir. Hablo de ficción. Escribir ficción. Ya lo han dicho otros, pero este es mi proceso, mi proceso de descubrimiento. Escribir es, luego y también, corregir. E incluso, durante el proceso de la escritura, hay que pensar, darle vueltas a esto y aquello, porque la trama no está definida desde el inicio, o al menos casi nunca en mi caso. Entonces encuentro, quiero confesar, un regodeo en el tipeo, o incluso cuando he tenido que escribir a mano, en el acto de depositar tinta en el papel. Regodeo en la forma pura. Pero escribir historias, relatos, es mucho más que eso. Es imaginar, usar la mente (¿el cuerpo, el alma entera?) en función de la historia. Ahí la cosa adquiere un poco más de complejidad. Una complejidad gozosa y dolorosa.
*
Otro día. Ya medité. Pero salí del cuarto y, al ver a mamá hablando con su prima sobre otra de las primas que está sufriendo una mezcla aún no diagnosticada de demencia y mitomanía a una edad bastante temprana, verla a mamá acelerada repitiendo lo mismo que habló ayer con otros parientes y conmigo, me produjo fastidio, y me acosté de nuevo, a esperar que ella terminara la conversación: entre el acelere y el chisme, me irrito, y corro el riesgo de que se me “suelte la cadena”.
*
Hay tantos escritores ahora. Y muchos entran directamente por la puerta grande, con la ayuda de pertenecer a los medios de comunicación impresos: de redactores pasan a editores, y de ahí a tener novelas o libros publicados. Y acá, en el centro de mi pecho, cuando veo sus éxitos, un poco de envidia percibo en mí. Ya después la trabajo (a la envidia, digo), intento sanar. Y tampoco es que desprecie a todos, no. Desprecio a algunos arrogantes, a otros que ostentan aires de divos, y envidio a uno que otro amanerado cuya técnica es mediocre, pero igual se atreve a inundar con su verborragia algunos portales. Nada peor que un prolífico mediocre. Sí, también hay muchos de mi generación o de la inmediatamente anterior a mí a quienes admiro y respeto. Vaya que sí. Pero bueno. No conviene compararse, dicen. Sólo quiero expresar y confesar que, a veces, siento envidia. Qué es este blog si no un intento de confesar lo más honestamente posible algunas de mis miserias. Sigo.
A veces envidia, a veces impotencia…
LikeLiked by 1 person
Tal cual, querida Meatovmearov.
LikeLiked by 1 person
Sensaciones conocidas y, muchas de ellas, padecidas.
LikeLiked by 1 person
¡Exacto! Un padecer.
LikeLike
Ni envidia, ni nada, es una injusticia gigantesca. Besos a tu corazón.
LikeLiked by 1 person