Un parque de arena ocre, Áspora y yo. De repente, veo una rata en el suelo. Pero la gente local no se alarma. Así que, aunque veo más y más ratas, de diferentes tamaños, le digo a Áspora que avancemos. El rubio pelirojo ya ha aparecido antes, creo. Ya lo había pispepado. Ahora, a pesar de las ratas (siempre a pesar de las ratas) el joven hace un gesto de querer ejercitarse, señala el sube y baja, y sonríe, le hace el gesto a su hermano, su hermano menor. El joven (¿mi joven?) quiere tirarse a hacer flexiones apoyado en uno de los sube y baja. Esa camiseta ajustada a su cuerpo me seduce tanto. ¿Es azul o gris la camiseta? Su cuerpo tan firme. Ya Áspora y yo vamos a cruzar la arena, a cruzar el parque: hemos estado detenidos a causa de nuestro temor histérico a las ratas. Pero yo cambio de dirección, sin mucha decisión, sólo porque sí, empiezo a caminar hacia él, voy a hablarle, como los niños que se hablan así, porque sí, como la buena gente, porque yo hago ejercicio también, y él luce tan contento, que me recibirá alegre, lo sé, porque tenemos cosas en común, y la emoción no me quita seguridad, al contrario, y camino hacia él.