Viernes. He escrito estas mismas ideas una y otra vez. Hoy las escribo con el propósito (ya no oculto) de que luego, cuando me siente a medir cuántas palabras he escrito durante el día, meta en la suma estos pensamientos fáciles que me incendian a toda hora, y entonces el número total no me deje tan insatisfecho.
En Macondo se va el agua, se va la luz, se daña el teléfono, el Internet. Y en el colegio de al lado celebran las fechas especiales a punta de estruendo: sala, merengue, champeta. Ignorancia. Le digo Macondo al pueblo este donde paso la vida. Gabo supo ver belleza en el subdesarrollo. Intento quedarme con lo pintoresco, y no con lo arenoso. Ya no saldré hasta el domingo, día en el que pienso ir a cine. Me dedicaré a escribir. Ha vuelto la paz.
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Escribía, y vuelvo a hacerlo ahora, sobre esta angustia que llega cuando termino de corregir un relato: todo ese empeño en pulir una historia (un empeño que termina sólo –sospecho- cuando la obra es publicada), todo ese empeño y después hay que sentarse a escribir de nuevo, a crear. La angustia previa al destello, la llamé. Y me regodeé en esas palabras.
Me regodeo, pero sigo. No me permito la vagancia. Entonces a pesar del 45, sigo escribiendo. 45 ha sido el puntaje que un pelele le ha puesto a unos relatos que he enviado a un concurso de libro de cuento. En la primera etapa, la leían unos tipejos que seleccionan las obras que leerán los jurados. Pues hombre, me hubiera dolido un poco no quedar preseleccionado, sí. Pero qué más da: uno no es moneda de oro. Ahora bien, para qué cazzo le ponen puntaje ¿quieren decirme? Ya en la escuela de arte dramático descubrí con soberbia que lo cualitativo suma más que lo cuantitativo. En términos escolares, a veces, por procesos administrativos, se hace necesario poner una nota. Bien. Pero en un concurso, ¿darles a conocer ese número a los escritores? ¿45 sobre 100? Hubo a quienes les pusieron 20. Y sí, hubo a alguno al que le han puesto 100. Dios bendiga a los buenos escritores. Raira, una bella amiga porteña, me ha dicho después que no preste atención a los concursos, que sólo gustan cuando es uno quien los gana.
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En Macondo vivimos en el subdesarrollo propio de la colonización a medias que deja naciones, pueblos bastardos. Pero estoy aprendiendo que hay que mirar menos aquello de lo que me quiero alejar. Dicen los que saben que si uno se enfoca en lo que no quiere, entonces le llega más.
La próxima semana iré de nuevo a la montaña. No le he dicho a Áspora todavía. Me hace feliz verla. Me hace bien cambiar de aires, pegarme un viaje, fumar hierba, actuar. Qué manera de amar el arte de actuar. Hablé con ella anoche, con Áspora. Pero no le dije que ya pronto estaré en sus pagos. Esperaré al martes, cuando esté en el aeropuerto. Entonces me sacaré una foto con el avión de fondo y se la enviaré. “¿Hacía dónde piensas que me dirijo?”, le escribiré. Así la sorprendo.
Lindo. Regresaste con estilo. Los concursos tienen estandares y normas que no aplican a buenos escritores. Algo extraordinario tenia Makondo y era todas aquellas creencias. Bien por tu regreso.
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¡Gracias, Meatov! 🙂
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Me encantó leerte. Besos a tu corazón.
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¡Gracias, María del Mar! Un abrazo.
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Muy acertado esto, “Dicen los que saben que si uno se enfoca en lo que no quiere, entonces le llega más.” Aplica la dicha, “Al que no le gusta caldo, le dan doble porción.” En Colombia la bulla de la rumba me limitaba en mis intentos de escribir, y me parece que entre más que me fastidiaba (al punto de trastear cada cuantos meses del nuevo vecino bulloso), aún más rumbero se volvieron los siguientes vecinos. Cuánto admiro a Gabo por haber podido escribir tanta maravilla entre un ambiente costeño que me pareció ensordecedor. Te animo a seguir con la vaina de escribir, concurso tras concurso (y yo, vecino tras vecino).
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¡Gracias por comentar! No había leído esto hasta hoy. Y es así. Hay a quienes el silencio nos ayuda más a la creación. Un abrazo macondiano.
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