En el pueblo

Los gritos de los chicos que juegan a la pelota (supongo) se cuelan, llegan desde el colegio. Asumo que el patio de la escuela está del otro lado de la paredilla del callejón de casa. Y mi cuarto, desde el que escribo esto ahora, está al lado del callejón.

Por otro lado, desde el balcón, puedo ver una parte del tercer y del cuarto piso del colegio, puedo ver la puerta que conduce a una de las aulas. Hoy, mientras hablaba con mamá y con su novio, y mientras él me asesoraba para vender el auto que tenemos y comprar otro, vi a una chica que hablaba por teléfono apoyada en la baranda. Un jovencito venía de atrás, con cara de fechoría, la punzó con un dedo en las costillas, le hizo cosquillas, y entró al salón. Después volvió a salir. Y ella, que seguía hablando por teléfono, le pegó con una especie de chaquetica que llevaba encima. Y entonces yo fantaseo, porque el morocho me llega con cierto olor, o con el recuerdo de algún olor, sí. El olor del cuerpo adolescente pecando en el baño del colegio, por ejemplo. Fantaseo qué haría yo de profesor, si hay entre los alumnos uno así, tierno y contento, buena persona, fantaseo que me enamoro, como en el relato que escribí hace poco. Enseguida caigo en cuenta: imagino que el chico es feliz, más feliz de lo que seguramente es. Tiendo a idealizar. Pero hasta allá no he llegado con el morocho que apareció fugaz esta tarde. Igual, no se me confunda: a mí me gustan grandes, con todo grande (bien grande). Pero imagino situaciones: en eso consiste en parte el trabajo del escritor.

*

Suelo no usar desodorante si no voy a salir. Pero eso no es problema en una ciudad fría, como Bogotá. A veces incluso duro dos días sin bañarme y si acaso percibo un mal olor en mis axilas. Pero aquí, en cambio, en el pueblo, a las dos horas de haberme bañado, como no uso desodorante, enseguida huelo a rancio. No puedo negar que me gusta, que imagino. Imagino y recuerdo. Imagino que duermo metiendo mi nariz en la espalda de Russel Crowe. Pero no el Russel de ahora, y ni siquiera en su espalda, si no en la del personaje que interpreta en esa película tan bella de 1992 que vi el otro día y que me hizo llorar tanto, The Sum of US. Russel -ya le tomé confianza- interpreta a un jugador de footy, y entonces imagino que mi olor es su olor.

Y recuerdo, recuerdo a mi ex, mi único ex. Recuerdo alguna imagen de cuando él llegaba todo transpirado de correr o del gimnasio, y entonces viajaba hasta mi nariz el olor de ese cuerpo “chivado”, como dicen los argentos.

*

Del colegio de al lado no sólo llegan gritos: de vez en cuando, algunos días, ensayan o celebran vaya uno a saber qué festividades, y entonces ponen a todo taco en los parlantes esa música pop que tanto detesto. O champetas o reguetón. El otro día tuve una discusión con mamá: me desperté azorado por el escándalo, ella no reaccionó bien a un comentario, y a mí se me soltó la cadena. Perdóname, madre, tú no tienes la culpa. Lo admití después. Ahora llueve, y mientras escribo me llega ya el ruido del parlante del colegio de al lado. Y yo que pensé que oiría nada más la lluvia esta tarde.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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