El hombre de los aguacates me dijo que no hiciera ese comentario, que me quedaba mal. Me dijo así cuando me asombré por el precio.
-¿¡Cinco mil!? –le grité con la felicidad de quien se va a casa a cocinar solo, sin gente, mierda.
Él se rio.
-No haga esos chistes -disparó-, que le queda mal.
Acertó.
No supe responder.
El indigente, que miraba al lado, se rio también. Y me pidió una moneda. Se la di apurado, en un intento de sanar la vergüenza.
Debo parecer un hombre al que no le falta dinero, pienso, debo caerles bien a los otros, no debo regatear (aunque mi chiste no tenía como objetivo una negociación, lo aclaro, era un chiste, solo un chiste), no debo regatear, yo mismo trabajé en ventas y sé lo horrible que es ver al otro haciéndose el cómico, incluso si tiene el dinero. O tal vez resulte peor cuando lo tiene. Como en mi caso.
(Bueno. Este será otro cambio. Uno pequeño de los gigantes que se vienen).
Me hiciste reir, yo también tengo problemas con el regateo.
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