Bogotá. Viernes en la noche. Ahí sentado, viendo la obra, me sentí un energúmeno, culpable. “¡Si supieran todo lo que pienso!”. Después de la función, una de las actrices (si supiera lo que he dicho de ella, de la directora, de todo), una chica difícil, pero que me terminó queriendo cuando hice asistencia de dirección en la temporada pasada para esa misma obra, se sentó y preguntó qué había estado haciendo yo todo este tiempo. Se largó en críticas al nuevo asistente. Dijo que me extrañaban, que el otro hace un muy mal trabajo.
Terminé acostándome con el actor que hizo el personaje que me hubiera gustado hacer a mí después de que uno de los actores de la primera temporada abandonara el proyecto. No me gustaba. Pero me acosté con él. Porque se dio. Creo que lo seduje. Lo tenía visto desde hace muchos años. Una vez, incluso, lo vi en la Recoleta en un viaje que él hizo. Todavía no nos conocíamos, pero yo lo reconocí. Confirmé que era él después cuando entré a su Facebook y vi sus fotos de paseo por Buenos Aires. Me gustó en una época por su físico y porque logró entrar en la televisión. Me intrigaba. Y me despertaba cierta competencia. Pero ya ahora no. Sé que somos perfiles diferentes, actores diferentes. Además, ahora después de tantos años, ya no me generaba el mismo deseo. Le hablo a Dickinson, mi amigo terapueta en Buenos Aires. Me dice que mi líbido está allá, en la Argentina. Y que -independientemente de las razones por las que no resultamos compatibles con este tipo en particular- yo no logro una relación (pasajera o estable) satisfactoria en Bogotá, porque tengo mi deseo puesto en la Argentina.
Ahora, viéndolo de afuera, me comporté como un tonto con el actor este. Lo deliraba un poco, le “canchereaba”. El deseo de ser deseado, cuando se cumple, abre puertas que no siempre me conducen a acciones sanas. Porque no deseaba al chico, sino ser deseado por él. Dormimos juntos. Él quiso penetrarme. No me dejé. Propuso desayunar. Pero yo me fui.
Llego a casa. “Si tuviera dinero –me digo-, buscaría a un hombre en Internet, a uno pago, bebería y disfrutaría de un buen miembro, de uno exagerado”. Después caigo en cuenta del peligro de tener la billetera llena. Busco igual. Tal vez para después, para cuando pueda. Le hablo a uno. “Quiero cumplir una fantasía”, le digo. Luego pienso que aunque tenga dinero es mejor no pagar, mejor estar con otra persona sin pensar en la cuenta. ¿Cuánto pueden llegar a cobrar por una noche entera? Pienso en E, el chico con el que me encerraba aquí en mi casa a tener sesiones de sexo y cocaína. Lo desbloqueo en el Whatsapp. Le envío un mensaje también. Pero elijo no hacer eso de nuevo. Aunque dudo. Sé que me producirá culpa, depresión. Sexo y cocaína, la combinación. Al final me quedo en casa. Pido una mazorca que acá saben preparar con queso, carne y pollo. Pido unas papas fritas también. Ya he comido hamburguesa al mediodía. Con algo tengo que llenar el vacío, me digo. Se lo he dicho a Dickinson también, quien muy amablemente me ha tirado ese comentario psicoanalítico sobre mi deseo. Le he enviado un último mensaje de voz en el que le doy las gracias. No lo escuchó. Sospecho se ha hartado de hablar, que no le ha caído bien un chiste que hice sobre su amiga gorda, que me cae mal no por gorda si no por agresiva. Que no me joda, él se burla de personas con discapacidad por más de haber trabajado con ellos. En fin.
Es domingo. Sigo con las mismas ganas locas. Ahora un poco más calmado, porque ya no tengo los efectos del alcohol tan cerca. Despierto y raspo lo último que hay en la pipa. Quiero hacer ejercicio. Pero un poco de marihuana es el placer de los domingos al despertar. O de cualquier día al despertar. O a cualquier hora. Pero los domingos son diferentes: no bombardean las bocinas ni los niños en la calle.
Es un mundo fragmentado. Me recuerdas la película de Almodobar la Mala Educación, describis este mundo de forma similar. Abrazo (aunque dudo signifique algo), pero cuidate y escribe.
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¡Meatov! Sabes que ahora que leo tu comentario también me remite a mí todo a ‘La ley del deseo’. Está muy buena esa también. Y sí que me importa tu abrazo virtual y leer los comentarios. Mucho. Un abrazo a ti y a tu poesía.
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Recibido tu abrazo. Por fin algo más que coca, sexo y marihuana. Buscaré la ley del deseo, no la he visto.
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