Ahora escribo desde otra máquina. Resulta que la computadora a la que le pegué y que mi primo arregló, no funciona: cuando mi primo la tuvo lista, fue fallando de a poco hasta que no quiso arrancar más. Hay que hacerle otros arreglos. Pero es probable que ya sea mejor buscar una nueva. Mi amiga Katia, que vive en un pueblo, cerca de Bogotá, me llamó ayer, domingo, y dijo que vendría a la ciudad a hacer un par de compras. Ella me había dicho que me prestaba una Mac vieja, que era de una de sus hijas. Le pedí que la trajera.
La vida sigue y me convenzo de que todo es temporal, de que todo (lo digo, pero lo dudo) pasa. Así tal vez sufro menos.
Katia es madre de una amiga. Yo era amigo de su hija mayor. Compartimos muchos momentos juntos en Buenos Aires. Ellas vivían allá. El caso es que el marido de Katia era un hombre que ganaba un buen dinero. Lo trasladaron a Bogotá. Y él aquí perdió su empleo. Pasó el tiempo. El tipo se fue a Estados Unidos y ella se quedó sola. Se fue a un pueblo cerca de Bogotá, donde tiene un par de familiares, a montar una tienda de ropa. Cuando viene a la ciudad, cada tanto, me visita. Pero nunca se había quedado a dormir.
Ayer Katia emprendió el viaje hacia Bogotá muy tarde y se tuvo que quedar. Pedimos una pizza (que asumí yo no sin algo de dolor). Se fue hoy, lunes, temprano, apenas despertó. La acompañé hasta la estación de colectivos y regresé a escribir.
Es inmensa la necesidad cuando no tengo una máquina. Los días que no escribo siento que he desperdiciado algo, una parte de mí. Podría escribir a mano, pero no. No es gual la inmediatez en la edición. La velocidad, en general, la capacidad de palabras por segundo o por minuto. He escrito a mano durante uno que otro viaje. Tengo libretas guardadas con apuntes múltiples, pensamientos. Y sí, la verdad es que me siento elevado cuando escribo a mano. Como un aristócrata renacentista. Pero no. Siempre que sea posible, prefiero un teclado.
El sábado me vi con Áspora. Me acompañó a buscar ropa para unas fotos. Después vinimos a casa. Tomamos vino blanco y fumamos marihuana. Pedimos perros calientes y después salimos a beber cerveza. Al final de la noche, Áspora quiso ir a buscar “un periquito”, como le dice ella. Se refiere a una bolsita de “merca” o cocaína barata. En Bogotá se consigue muy fácil. Pero le dije que no, que si lo hacía, si yo esnifaba, me iba a quedar buscando hombres en Internet, excitado, que tal vez no dormía, que iba a querer más y más droga, y al día siguiente me iba a atacar la culpa en soledad. “¿Por qué siempre lo ligas al sexo?”, preguntó. “Tómalo como una prueba”, dijo. Pero me mantuve firme en mi posición: mejor no tentar al destino así.
Ojalá yo tuviera una.
Mis padres la tiraron…
Pensé que te seguía anónimo espero que sigas creando historias en tu vida real como esta.
Aunque mejor no tentar al destino.
Saludos =O)
LikeLike
¡Diego! Hace rato no entraba al blog. No había visto tu comentario. Gracias por seguirme y por comentar. Un saludo desde Bogotá. Éxitos. 🙂
LikeLiked by 1 person
Igualmente desde España. No te preocupes que a mi tb me pasa.
Fuerza y arte =O)
LikeLiked by 1 person
Deja la coca. ..
LikeLike
Jajaja. Más fácil dicho que hecho. Pero sí, querido Meatov, ¡estoy decidido a dejarla! Gracias por comentar. 🙂
LikeLiked by 1 person
Lo se, no he podido dejar el café. Pero escribes bien no te pierdas, lo haras mejor sin coca.
LikeLiked by 1 person