Aprendiendo a vivir (en la incertidumbre)

Todos los días, lo mismo. Hasta que algo cambie. Pero mientras, estas vacaciones forzosas son así: despertar, hacerme café, un porro, y sentarme a leer y a escribir. Ya hubo etapas así. Pero claro, antes era más joven. Ahora, de adulto, debo hacer dinero, debo pagar mi vida. Y más que eso, hacer algo con este don de escribir y de actuar. Me digo que haré dieta, que dejaré la marihuana, porque si no, no voy a parar de comer. Pienso en varias opciones, pero me centro en una: trabajar aquí en Bogotá. ‘Book a gig’, dicen los yanquis. Tal vez deba soltar más. La nostalgia es tan fuerte. Todo el día. Porque como no tengo nada qué hacer, la mente divaga, de un lado a otro. Y más con el uso frecuente de la hierba.

¿Y los amigos? Siempre pienso en los amigos. Ahora se ha sumado mi primo a esta ciudad. Los amigos… los de aquí, los de Bogotá, pensaba el otro día que no termino de sentirme cómodo nunca. Adela y su mundo me aburren. La única es Áspora, la relación con ella pasa por un buen momento. Ella es alguien con quien realmente disfruto estar. Y bueno, Jipa, que no es una amiga íntima. ¿Quién más? Dunia. A ella la veo cada mil. Y no es que quiera verla más seguido. Las amistades aquí son personas para ver de vez en cuando, una vez cada muchos años, son personas con quienes no tengo un nivel de conexión tan profundo. Valquiria, Katia, Goite… Y no he hecho nuevos amigos. Nuevos contactos, sí, he conocido gente, sí. Pero nuevos amigos…

Entonces extraño Buenos Aires, otra vez, como todos los días. Despierto y no quiero ver el sol. Me quejaba de los días nublados, pero en realidad los prefería. Porque me acolitan estas ganas de no salir, de encierro. Igual, da lo mismo. Aquí puede hacer sol y siempre está latente la amenaza de la lluvia. El clima de montaña. Alguna vez me dije que no regresaría aquí. Ahora la idea de irme se vuelve más fuerte. Porque no hago nada. Pero no, me vuelvo a decir, le estoy apostando a todo por el todo. Cuando consiga lo que quiero aquí, entonces me fijo a dónde ir. Nueva York. O Buenos Aires. O ambas. Ambas.

Vuelve a mí el pensamiento de no estar disfrutando el camino, de estar obsesionado con pasar este pedazo del viaje, porque no me siento cómodo aquí. Debo tener fe.

La desocupación. Siempre me he imaginado como un escritor. Y la vida me da la oportunidad de hacerlo, la oportunidad de despertar a la una de la tarde y pasar todo el día escribiendo. Pero no lo disfruto. ¿Por qué? Por ideas virtuales: el dinero, el trabajo, mamá, el amor.

Aparece la fiesta, la droga, el sexo como una solución a estas emociones dolorosas. ¿Qué hacer? Ya bastante anestesia me aplico con mis dosis de marihuana que van en aumento. Me dije que la próxima semana paro de fumar. Pienso en el futuro: ¿podré dejar la marihuana? Se supone que sería una persona con buen cuerpo, así me imaginaba de chico.

Y todo lo que hago lo paso por el juicio de mi nuevo amor imaginario. Imagino si le gustará mi pantalón, si le gustaría que le preparara esas fajitas con jamón de pavo y queso holandés que tan bien me quedan. ¿Disfrutará que lo consienta? Sí. Pero después caigo en cuenta de lo horrendo, de que quiere una concha, no quiere mi barba ni mi barriga flácida.

Vacaciones forzosas. Antes, las merecía, estudié, trabajé, me cansé. Y tenía dinero siempre en el bolsillo. Hice y deshice. Pero ahora, sólo descanso. Debo aprovechar, me respondo. Uno no sabe cuándo se viene el trote firme de nuevo. Eso espero. Espero que no me tome distraído entre estas letras, entre este pensar mi vida.

¿Llamar a mamá? Sí, como todos los días. Hoy debo pedirle dinero. Llega el sábado y es 31 y no habrá bancos, luego el domingo, y es año nuevo, debo procurarme algo de comer. ¿Beber? No lo sé. Mejor no, porque con los tragos en la cabeza, me dan ganas de salir a buscar macho y no tendré dinero para pagar la fiesta. ¿O sí? Si lo tengo, no debería gastarlo en eso. Después no tendré cuerpo para soportar el bajón. Quisiera hacerlo. Me encanta saltar en la noche, buscar el placer, buscar hombres, falos. Lo que busco realmente es un poco de amor. Claro. No es el lugar indicado, en medio del estado alterado de conciencia que proporciona la cocaína, la marihuana, el MDMA o el LSD. Y, por supuesto, el tabaco. ¿O sí? Así escrito es más fácil reconocer cuánto de autodestrucción hay en todo el juego. Y después, la vergüenza, la culpa. El círculo de la adicción. Como un alma en pena.

Amor, amarme a mí mismo. Tal vez lo que tanto envidio de estos hombres de quienes me enamoro fugazmente es su amor propio. Eso es lo que quiero poseer. Soy el complaciente. Hago todo por un poco de ese amor. Pero no, no es así como funciona la ecuación, dicen. Primero debo amarme yo. Palabras y más palabras. Enciendo el porro, bebo café. Un sillón me vendría bien, esta silla de madera es demasiado incómoda.

Que no llega la guita hasta que no me ame a mí mismo y pueda controlar estos impulsos locos por hacerme daño cuando tengo sensaciones que no me gustan: siempre llego a esa conclusión.

Pienso en dirigir la obra en la que he venido pensando desde hace un tiempo. Escribo sobre el tema. Pero luego, lo pienso mejor, y entiendo que necesito dinero. Ya he hecho un presupuesto. Pero bueno, puedo seguir escribiendo, me digo. Y sí, concluyo que puedo seguir escribiendo y que cuando tenga el dinero, la hago. Tal vez eso sea más pronto que tarde. Al mismo tiempo, no quiero que sea una inversión al cuete, quiero recuperar la plata y que los actores  se lleven un dinero. Seguiré escribiendo, pediré los libros necesarios a la biblioteca, seguiré pensando al respecto. Pero hay algo de no tener la seguridad, de no saber si será posible, hay algo de eso que me molesta. ¡Como otras cosas ya en la vida! No tener la certeza le da amargura al caminar, es el miedo. Pero por eso, por eso debo aprender a vivir en la incertidumbre, a amarme en ella.

¿Y los cuentos? Bien, gracias. Inacabados.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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