Hoy estuve a punto de meditar dos veces. Al final no lo hice. Me pareció que era mucho. Como una sobreactuación. “Después, cuando trabaje todo el tiempo, no voy a poder hacer este tipo de terapias con esta intensidad, así que mejor no me acostumbro”. Pero no. Es un proceso, me digo. Estoy en una etapa de curación, como quien va a una clínica: los cuidados deben ser a profundidad. ¿Que si tengo miedo? Sí. Pero no puedo hacerle caso. No ahora. No caeré, me mantendré firme. ¿Y cuando reaparezca mi amiga Adela (bebedora feliz y exitosa) que está viajando por otro continente? No sé. ¿Y cuando se acerque el 17 de diciembre, fecha en la que quiero darme una fiestecita con mi amiga Áspora? No sé. Tal vez deba explicarle a Adela que no estoy bebiendo. Tal vez no deba salir de fiesta con Áspora. ¿O sí? ¿Y controlarme? ¿Beber unas cuantas cervezas? ¿Qué puedo permitirme? Falta un mes, me recuerdo. ¿Pero debo pensarlo desde ya, no? “Cuando uno hace una dieta, la hace completa”, me ha dicho Lourdes. Y además, se viene Navidad, año nuevo. ¿Cómo no pensarlo? ¿O es el miedo que me alborota el ego y me impide vivir en el presente?