Martes, arranca

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Desperté antes de las seis de la mañana. Quería dormir un poco más, pero los pensamientos me hacían burla. He discutido mucho en mi mente con mi amiga Áspora, con esa noción de sacrificio que tanto ella defendió el viernes. Ante mi consulta sobre mi situación, dijo que debería mudarme a un departamento en un barrio más barato. He barajado la idea de irme a Buenos Aires, porque allá me será más fácil conseguir un trabajo de medio tiempo, un trabajo en algo que no estará relacionado a mis carreras. Pero por lo menos tendría una entrada de dinero. (A decir verdad, tampoco tengo lo necesario para emprender una empresa como un viaje a Buenos Aires, pero antes que quedarme aquí esperando que “reviente” algo en actuación, antes que verme completamente impedido para salir de esta miseria que aborrezco cada día más, antes que eso, prefiero escapar pronto, ahora). Ella me dice que me quede, pero que me mude a un lugar austero. Si bien no tengo problema en irme a un departamento más chico, cambiar de zona es el problema. Pero incluso la idea de mudarme, pensar en activar todo ese cambio me proporciona un malestar enorme. Prefiero, me digo, antes de moverme en esa dirección, irme, y volver a habitar las calles de esa ciudad de la que vivo enamorado, Buenos Aires, volver a ella y a mis amigos allí.

Si bien tomo el consejo de Áspora, y creo que es buena idea ahorrar, pienso que la solución está en generar dinero, más que en abaratar los costos de la vida. Ha dicho cosas como “Deja el confort” o “Si no abaratas costos, nunca vas a poder irte a Nueva York”. O sea que para ella, indefectiblemente debo pasar por la experiencia de un barrio que no quiero, bajo la mentalidad de que hay que sacrificarse para obtener los objetivos. En ese orden de ideas, será inevitable tener una vida que me prometí no darme: vivir en esta ciudad, en un barrio que no me gusta, rodeado de gentes que no me gustan. Porque para salir de aquí, debo ahorrar mucho dinero. Y para ahorrar esa cantidad, debo ganar mucho. O… vivir siempre en una austeridad incómoda. Me hace mal esa idea. Estoy en Bogotá porque pensé que aquí iba a hacer dinero. Es una ciudad en la que para vivir medianamente bien hay que tener grandes ingresos. Para vivir austero, vivo en otra parte. Antes que ser pobre aquí, prefiero irme, medigo.

Despierto entonces enojado, confundido. No sé qué hacer. Imagino que le hablo a Áspora y le digo: “Lo importante no es llegar, lo importante es el camino. Y si el camino será más llevadero en Buenos Aires, entonces tal vez prefiera esperar un poco más para conseguir mis sueños”. Despierto y se me ha terminado ya la marihuana. No toda. Algo queda en al pipa. Fumo. Enciendo un cigarrillo y fumo también. Lloro. ¿Qué hacer? Abro la computadora, leo cosas en Internet. Pero me harto. Me harta estar frente a esta máquina todo el día, todos los días. Enciendo la tele. Es peor. Es basura. Me vuelvo a acostar.

Despierto cerca de las doce del día. Bebo café de nuevo. Una segunda vuelta. Parece que no será exitosa tampoco. Sigo enojado. Afuera está oscuro. Entonces agarro la pipa de nuevo y aspiro, inhalo el humo de lo que queda, la grasa de la marihuana. Enciendo otro cigarrillo. Se suponía que iba a hacer ejercicio. Me siento junto a la ventana. Veo la lluvia caer. Lloro. “¿Por qué me vine a esta ciudad? -pienso-. Pude haberme quedado allá. Si no estaba cómodo con el trabajo que tenía, hubiera renunciado, y al tiempo hubiera conseguido otro. Aquí, en cambio, estoy atorado: no quiero conseguir un trabajo como redactor en un medio de comunicación, y por más contactos y audiciones que hago, no he logrado conseguir algo más o menos estable como actor en la televisión, algo que me permita vivir tranquilo unos meses y ahorrar para irme”.

No sé cómo, no sé de dónde agarro las fuerzas, pero me cambio y así, bajo el efecto del narcótico que he fumado, le doy play al video en la compu y empiezo la rutina de ejericcios que me deja exhausto. Salto durante 45 minutos. Me baño. Me miro al espejo. Tengo algunos granos que no estaban antes. Ha de ser tanta grasa y alcohol que he ingerido. O eso espero. Tal vez, el estrés. Como avena con banano. Me visto. Bebo té verde. Empiezo a cuidarme de nuevo. Vuelvo a pegar el papel con mis objetivos en la pared del baño. Los había sacado hace diez días cuando vino E. Me siento frente a esta máquina y empiezo a transcribir la entrevista para la nota que debo entregar en dos semanas. Ya no queda más marihuana. Ya no puedo fumar más. Estar con la conciencia plena me ayudará a seguir cuidándome, a balancear la alimentación, el ejercicio y el sexo. O eso me propongo. No perder la calma.

Author: Anónimo Temporal

Empezaré por un diario de mi propósito de recuperarme del abuso a ciertas sustancias y al sexo. Contaré historias sobre mi vida. Si toda narrativa es ficción, esta es, entonces, la ficción de mis días, la ficción de mi vida.

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