Ayer en la noche (y toda esta semana)

Lo conocí por Internet (una norma en el mundo gay). Vino a casa. Se quedó a dormir. Tomamos vino, fumamos porro y comimos pizza. No me encantó: me gustan más grandes que yo. Pero estuvo bien seducir y ser seducido. Necesitaba un poco de intercambio de energía sexual. Y de fluidos. Sé que no es lo que busco. Obviamente tuve que estar drogado para hacer que se propiciara el morbo. Pensé, deseé y fantaseo incluso ahora con tomar cocaína  la próxima vez que lo vea. Pero no lo haré. No tengo el tiempo que requiere drogarse y luego recuperarse (la resaca).

Hace unas semanas me reuní con una editora de un medio en el que solía publicar artículos. Me recomendó un tema. Voy a escribir una nota. Ya he estado investigando. Escribo poco últimamente. Los cuentos están olvidados. Durante las últimas semanas he destinado mi energía creativa al teatro. Pero estos días ya descansé.

El sábado fue el último día de la temporada del monólogo. El asunto me ha generado deudas. Me digo que ha sido una gestión de marketing, que he invertido en mi pasión, que me propicié a mí mismo una forma de mantenerme entrenado, con el cuerpo y el alma caliente. En términos económicos no trajo ganancias.  Fue mucho más lo que gasté. Y para rematar, el teatro me dice que me pagará el dinero de las entradas recién dentro de tres semanas.

Y así… Sigo pensando en irme. Hago ejercicio. Planeo una movida estratégica. Me digo que debo agarrar para Nueva York o Londres. Pero no lo pienso hacer ya. Necesito haber trabajado más, más imágenes en el reel y un buen colchón de dinero. Sigo extrañando Buenos Aires. Hoy, por ejemplo,  cierro las ventanas y me imagino que es otoño afuera. La sensación con la que amanecí es similar a ese otoño del 2009. La nostalgia no es buena compañera. No pienso salir de casa. No quiero ver esta ciudad. Fumar, comer. Hacer ejercicio. Y escribir.