El heterosexual que conocí en uno de los paseos nocturnos que suelo (¿solía?) darme, me estuvo contactando. Venía hablándome en Facebook. Yo le respondía con amabilidad. Me hacía ilusión la idea de que él quisiera algo más que una amistad. El día que lo conocí estuvimos a punto de hacer un trío con una puta. Pero no teníamos dinero. Yo mentí y me mostré como heterosexual. Vinimos a casa, sólo él y yo. Se quedó dormido en el sofá. No es bisexual, como en algún momento soñé. No creo que quiera algo conmigo. Tal vez fantasea con la idea de sexo grupal, con mujeres.
El heterosexual me habló al whatsapp el viernes pasado. Le di mi número. Luego me arrepentí. Pero ¿qué quiere? Primero me invitó a una fiesta el sábado. “No te preocupes por dinero –escribió-. Yo invito”. Luego me dijo que fuera a la casa de la novia ese mismo día, que había otra chica. Me mandó una foto que no quise descargar siquiera, no la vi, una foto de dos chicas. Independientemente de que yo estaba en cama, agobiado por la resaca eterna de la intoxicación con cocaína. Al día siguiente, el sábado, otra vez me insistió con el mismo plan. Le dije que estaba enfermo, que era una lástima. No me atreví a decirle la verdad: “sí, estoy enfermo, pero si no lo estuviera, no iría en búsqueda de mujeres, me gustaría que nos viéramos a solas y que termináramos la noche borrachos, en juegos eróticos sólo vos y yo”.