Ha pasado una semana. El martes pasado fui a un evento de una película en la que actúa mi amiga Adela. La suegra de Adela me convidó a unos pases de cocaína. Yo se los había pedido. Ellos se fueron tempranísimo, antes de las 11 de la noche. Me vine a casa a buscar hombres. Conseguí uno en Grindr. Fui a su casa. Tomamos algo y tuvimos sexo. Ahí, me metía al baño para esnifar a escondidas un poco de polvillo que le había robado a la suegra de Adela. Y de paso, entraba al Grindr a buscar a otro hombre. Un chico me dijo que tenía una bolsa y media de “perico”, como le dicen acá en Bogotá. Así que me fui a buscarlo, pasé por él. Ya amanecía. Vinimos a casa. Cuando se nos terminó la droga compramos más. Estuvimos todo el miércoles encerrados en mi casa, hasta la noche. Ahí paramos. Comimos una hamburguesa y el chico se fue. Ni siquiera me gustaba. Lo busqué porque tenía droga. En la mitad de la jornada, recibí una citación para un casting al día siguiente, jueves. Yo había enviado el lunes. Era para presentar un programa de cocina, creo. El jueves, a pesar de que ya había dormido, me sentía terrible, sin energía, sin espíritu. El viernes me subió la fiebre, transpiré. Recién el domingo amanecí mejor.
Vergüenza. Me da vergüenza narrarlo. No quiero que quien lea estas líneas piense que sólo redacto esto. Hay más de mí, más que mi problema con los abusos de sustancias.
Ahora me digo lo mismo de siempre: quiero parar, voy a parar. Hablé con mi amiga Áspora, le pedí ayuda. Tal vez la vea esta semana. Pero ella vive ocupada con su niña, con su marido: es ama de casa. Existe la posibilidad de ir a algún grupo. Dicen que el proceso de recuperación es más efectivo si uno va a muchas reuniones. 90 días, 90 reuniones. Y la verdad, no sé qué tan dispuesto estoy a dejarlo todo: el porro, el alcohol… La adicción es una enfermedad crónica, por lo tanto hay que tratarla constantemente. Debo buscar un tratamiento.