Medio borracho. Solo, en casa. Después de que he hecho un voto de no sexo reviente, entonces tengo ganas de salir, de irme por ahí y levantar, conocer gente. Pero no tengo dinero. No tengo un peso. Es sábado en la noche y tengo menos de diez dólares. No me alcanza para nada. No tengo ganas de salir sin presupuesto, a mendigar un trago o un poco de droga.
Me toca quedarme aquí, encerrado, medio ebrio, porque he bebido unas seis cervezas. He fumado porro también. Por suerte tengo cigarrillos. No me inquieta si quiera el deseo sexual: quiero fiesta, noche, música y andar por ahí entre los cuerpos masculinos. ¿A dónde ir? Aquí todos son feos. Los cuatro lindos son demasiado lindos, y se creen la mama de Dios. Y yo, regordete. He comido una pizza esta noche. Mejor no andar exhibiéndome por ahí. Mejor no mostrar el hambre. Entonces me quedo encerrado. Escribo. Fumo. Agarro los rollos de arequipe que me han dado de obsequio por la pizza. Y me contengo. Ya tendré oportunidad de salir a mirar hombres, a buscar chicos. Caliento agua, me hago un té. Un té verde. Hoy soy el chico tranquilo. O mejor, el chico un poco gordo tranquilo que intenta adelgazar y duerme en su cama sin excesos de drogas ni sexo.