La directora me pidió repetir mis textos, dijo que vocalizara. No se trataba de vocalizar: estaba bastante disfónico. Los efectos de la fiesta del fin de semana eran inocultables, no lo domnaba. Trato de consolarme: me digo que una actriz se equivocó, que se le olvidó la letra, que al otro actor le marcaron varias indicaciones y que también tuvo problemas con la letra. Me digo que en unos días tendré que grabar de nuevo y que esta vez tendré bien la voz.
Quedé en un casting para grabar un solo capítulo en una de esas novelas que imitan a las series yanquis sobre médicos. Tuve que ir a hacer una de las escenas el lunes. Pero el sábado anterior no dormí: seguí de largo, de fiesta. Almorcé con mis primos, fuimos a tomar unas cervezas, vine a casa, fumé un poco de hierba con Áspora. Nos fuimos a un bar, de ahí a otro, luego a un “after”, luego a casa, y así, terminé durmiendo a eso de las 11 de la noche del domingo. El lunes, a las 8 de la mañana no tenía voz y debía ir a grabar fuera de la ciudad.
¿Me autoimpongo la enfermedad? ¿Me auto boicoteo? Me autodestruyo. No es del todo consiente. En esos momentos, bajo los efectos de la cocaína, me creo invencible, resistente.
Martes. Despierto a eso de las tres de la tarde pasadas. He dormido más de doce horas. Y seguiría. Tengo otras responsabilidades: ayudo a mi amiga Adela con un corto. Pero no me importa, me tomaré el día. Estoy cansado. Los efectos de la recaída anunciada siguen aquí, la resaca continúa. Sigo sin voz, sin fuerza.