Despierto cerca de la una y media de la tarde. O a esa hora recién tomo la decisión de pararme. He llamado a mi madre antes, se ha quejado, le he pedido plata y me ha dicho que no sabe cómo viviremos el próximo mes, que no sabe cómo corremos con esta suerte. Vivo en un apartamento ubicado en un buen barrio. Y aunque siempre podría ser mejor y no es lo más pomposo, grande o refinado del universo, es verdad que está en una zona segura y nueva. El apartamento tiene una habitación, un baño, cocina, sala y comedor, y está amoblado. Mi mamá sufre y no puedo evitar sentir que soy la causa de ese sufrimiento.
Despierto, me preparo el café, hablo por mensajes de texto con un par de personas, entre esas E, el chico con el que me drogo hace unos meses, el que pagó todo lo que hicimos el fin de semana pasado, esa orgía tan deliciosa como culposa.
Con él siempre empezamos primero en casa. Es algo que hice la primera vez en Buenos Aires, creo que ya lo había dicho. Llamaba a un dealer -que me presentó un scort (un acompañante sexual). Compraba una o dos bolsas y me sentaba a tomar vino y a escribir o a chatear y a llamar a amigos que vivían fuera de la Argentina. Luego, si quería, salía. O si no llamaba a alguien para que viniera a casa. Tuve varias experiencias así. Todas me han dejado con la desolación que trae consigo el exceso de la mezcla droga con sexo.
E me dice que le ha llegado la cuenta de la tarjeta, que sus padres lo van a matar. Tiene 35 años y vive con sus padres. Es Bogotano, y vivió en Buenos Aires (al parecer todo el mundo en Colombia vivió en Buenos Aires). Estudió cocina. Sus padres son del Opus Dei. Hasta hace poco tuvo una “novia”. Una novia por apariencia. No tuvo sexo con ella, me dijo. Le cuento que después me sentí mal, cuando hacía cuentas de todo lo que él se había gastado. Me dice que tranquilo, que esto es sólo para hacerlo una vez al mes, que igual me quiere invitar a cenar, que es mejor gastar la plata en salidas y otras cosas. Le digo que no quiero hacer ese tipo de encuentros más, que no quiero hacer nada que sea con merca (cocaína). Me escribe: Oki.